
Por Raúl Germán Bautista.- A un mes exacto del colapso que redujo a escombros la emblemática discoteca Jet Set, el dolor sigue latiendo como una herida abierta entre los familiares de las 233 personas fallecidas. Este jueves, el antiguo inmueble volvió a convertirse en santuario de lágrimas, oraciones y memorias rotas. 3p34x
Donde antes se bailaba y reía, hoy se reza. Bajo un sol inclemente los deudos estaban ahí militantemente, convocados a una emotiva eucaristía oficiada por el padre Rogelio Cruz, rodeado de rostros abrumados por la pena, fotografías vivientes del dolor.
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Socorro Valera, madre de una de las jóvenes fallecidas, cayó de rodillas frente al altar improvisado. Su llanto era desgarrador. Entre sollozos, elevó su lamento al cielo: “Ay, mi única hija, mi preciosa hija… ¡Ay, ay, ay, Dios mío, qué dolor! Mi amor, mi reina, mi estrella, mi sol, mi motor, mi impulso a vivir, mi aire que respiro… Dios mío”.
Cada palabra era un eco del vacío. A su alrededor, otros padres, hermanos y amigos compartían la misma orfandad emocional, con miradas que decían lo que la voz no podía articular. Las pancartas reclamando justicia se mezclaban con abrazos silenciosos. La tragedia no solo había destruido un edificio: había pulverizado futuros.